viernes, 18 de diciembre de 2020

The sea and the soul

THE SEA AND THE SOUL


Otra temporada más. Como cada año por esta época, los árboles pierden sus hojas, el aire se enfría,  y nosotros ya no podemos ir en chanclas y perdemos el bronceado, signos inequívocos todos ellos de que toca hacer las maletas y volver al Mola Mola. Parar y respirar.

Esta vez, con la complicación añadida del COVID -19  y las  diferentes restricciones de movilidad aplicadas en provincias y países, que además como bien sabemos todos, cambian de un día para otro. Por eso, por todas las dificultades extra de este año,  añadidas a las ya habituales, y aunque no sin dudarlo mil veces, decidimos dejar a Neta estos meses con los abuelos. Ha sido una decisión dura, la hemos llorado mucho y la echamos en falta a cada rato, porque hay un vacío en el barco, en todo lo que hacemos incluso cuando nos sacaba de quicio, si, también se le echa de menos cuando se ponía a desgañitarse de ladrar cada vez que pasaba un dingui demasiado cerca…..Neta es parte importante de todo esto, de nuestra aventura,  siempre ha estado ahí. Pero sentimos que este año no podíamos con todas las variables que suponía el viaje. Y sabemos que está bien con los abuelos y que antes de que nos demos cuenta, estamos todos juntos otra vez.

Finalmente conseguimos armar el puzzle y llegar a Panamá dos días después de nuestra salida de Santander. Como siempre, una vez en la City, gynkana express y acalorada  de compras varias, principalmente comida básica para 6 meses (ahí es ná)  y algunos suministros para el barco. No pasamos ni un segundo de más en la civilización, porque lo que estamos es deseando salir de ella, así que con nuestro taxista y amigo Tito, llenamos el coche hasta las trancas,y ponemos rumbo a la marina. En el coche no cabe ni un alfiler, de verdad, cada hueco del coche va ocupado,  Lúa va encima de mí en el asiento de atrás  y sepultadas entre papel higiénico, bolsas de arroz y demás parafernalia.

Por fin llegamos a la marina, último escollo en nuestra personal contrarreloj. El barco ha estado 6 meses solo, así que toca limpiar, montar velas, poner escotas y drizas, poner el dingui a punto y por supuesto organizar y estibar todos los víveres que ya  se desbordan del coche de Tito. Todo esto bajo un régimen de humedad y calor extremos, salpimentado con Chitra por doquier,  ese minúsculo mosquito devora humanos  que hace la vida muy complicada y pruriginosa. Al menos aquí, tenemos la vía de escape de la playa y la piscina de la marina, que nos dan momentos de alivio a las horas centrales del día, en las que,  siguiendo las enseñanzas del perezoso que habita en los árboles que nos rodean,  nos movemos lo justo e imprescindible para no aumentar la termogénesis.

Turtle Cay es una pequeña marina cuyo canal de entrada es bastante acojonante cuando entras por primera vez, por el reef en seco que hay a estribor y babor,  y poco recomendable cuando dan más de 1, 5 metros de ola. La parte buena de esto es que si hay mucha ola para salir de Turtle, hay buenas olas para surfear, así la espera se hace más llevadera. 

Tras consultar la meteo,  llegó el día apropiado para salir, tranquilo de olas, aunque también con poco viento para poder navegar a vela….de todas formas no queríamos esperar más porque en breve se instauran los trade winds y entonces sí que se hace fea la navegada hasta San Blas con el viento de morro.

Salimos al amanecer, con las primeras luces del día y la ilusión indescriptible que supone soltar amarras y abandonar un puerto. Es una de las sensaciones más maravillosas que hay,  llena el espíritu de energía positiva y promesas de aventura y libertad. Después de todos estos años, aún seguimos enganchados a este momento. 

Hicimos toda la travesía a motor, apoyándonos en las velas, para poder mantener una velocidad decente que nos permitiera llegar de día. Vinieron unos cuantos chubascos alternados con arcoíris, éramos una tripulación contenta, nadie se mareó a pesar del tiempo sin navegar y aunque el ruido del motor es un engorro y la lluvia nos empapó, nos podía la ilusión y las ganas de llegar a nuestro pequeño y salvaje paraíso. 

Después de unas 45 millas, llegamos a Nuinudup, uno de los fondeos más populares entre los veleros, que en temporada otros años puede albergar unos 20 veleros, estaba ahora desierto,  casi fantasmagórico. Cierto es que el coronavirus ha hecho estragos no solo sanitariamente si no también en la economía de casi todos. Pero también es cierto que ver estas islas con tan pocos barcos, sin chárter, quizás como no se habían visto desde hace 15 o 20 años, es una maravilla.  El turismo, tal y como se estaba planteando en la última década nos hace engullir lugares, experiencias, masificar lo recóndito y hacer vulgar lo exquisito. San Blas, sin llegar a presentar un turismo de masas gracias a la particular gestión de los kunas, estaba desvirtuando su esencia. Quizás ahora se recupere, aunque sea temporalmente, el archipiélago y también, por qué no, el espíritu  transmundista de los veleros que pasan por aquí. 

En esas estábamos, alucinando de estar solos en Nuinudup, cuando al dar atrás para clavar el ancla, notamos una vibración rara en el motor. Justo en ese momento llegó la lancha de un amigo kuna con el que hicimos el papeleo legal del congreso Guna Yala y que nos recomendó ir a una zona más alejada de las islas habitadas por el tema del coronavirus,  así que subimos el ancla y como aún era de día, continuamos hacia Cayos Holandeses, saliendo del canal de Nuinudup, seguíamos notando esa vibración rara en el motor, y que “ tiraba”  poco. Mi primera apuesta fue pensar que teníamos algo en la hélice, la  de Edu, supongo que sabedor de que iba a ser el candidato para tirarse al agua si era así, fue chequear primero el motor, por si libraba, pero no; , finalmente y dejando el barco al pairo en un lugar libre de arrecifes, se tiró al agua con el cuchillo de pesca y efectivamente sacó un gran saco de plástico que estaba enredado. El barco volvió a comportarse con normalidad una vez lo liberamos y pusimos rumbo a holandeses.

Durante la travesía hasta aquí no habíamos pescado nada,  pero la fe mueve montañas y señuelos de cacea, así que  volvimos a echarlos al agua y al poco rato el sonido de la carraca alborotó a toda la tripu, hemos pescado!!  Conseguir tu propio alimento directamente de la naturaleza, es una sensación maravillosa y  ancestral que surge de las entrañas pero que se entreteje con el dilema ético- moral de acabar con la vida de otro animal. Me consuela, me escudo, me justifico, en que hacemos una  pesca totalmente sostenible de subsistencia  y que esa preciosa King mackerel  iba a alimentar a esta familia durante 3 días. Siento que formamos parte del ciclo de  la naturaleza, del que tan alejados nos encontramos a veces. (le doy las gracias a la King mackerel, a lo pedernales, que al final tenían razón, yo ya me entiendo)

Llegamos a holandeses atardeciendo y a pesar de que tenemos buenas cartas y conocemos la zona, no nos confiamos y evitamos andar culebreando entre arrecifes con poca luz, así que echamos el ancla sin más miramientos.

Por fin. Casa. Todo eso que notábamos y sentimos cuando soltábamos amarras al amanecer, esa sensación de aventura inminente, de libertad, cuando llegas a  San Blas, explota. Explota y se derrama por todas partes. Es como atravesar una puerta espacio-temporal. Y ahí estamos los 3, al otro lado de esa puerta, nos veo a través de un tercer ojo, desde fuera, de lejos, veo nuestro hogar flotando, levitando en medio del mar, con la brisa marina colándose por todos los poros de la piel, la calida luz, nuestra casita flotante, nuestra burbuja, nuestro hogar, en medio del océano, en medio de  nada. 

El mecanismo se adapta rápido a esta vida que amamos: el mar, el atardecer, el silencio quebrado únicamente por los chirridos del charrán. Asoma la cabeza una tortuga a la popa del moli. Nos da la bievenida. Nadamos, buceamos, miramos el cielo.  Alimentamos el alma. 

Doy un paseo en padel, veo el fondo marino, con una preciosa estrella de mar naranja y en la superficie, a su lado, el reflejo de la luna tempranera. La luna y las estrellas en el universo azul. Sigo paseando, a lo lejos una Eagle Ray salta fuera del agua, unos estruendosos halcones que no contaban con mi presencia alzan el vuelo y se cambian de palmera. Continuo mi periplo por los alrededores de la isla, unas garcetas blancas vuelan bajo, hacia un pequeño manglar, y la garza real azul, pesca elegante y silenciosa en la orilla. Me emociona formar parte de esto. Quiero poder retener tanta magia en mis pupilas: The sea and the soul.

Está anocheciendo, se ve una tormenta a lo lejos, vuelvo al barco, a refugiarme y pronto a descansar, el ritmo circadiano por fin manda de nuevo. 

Aún no ha terminado la temporada de lluvias y aunque disfrutamos de horas de sol y tregua, las noches son moviditas: mucha tormenta acompañada de viento y aparato eléctrico. A veces tan cerca que el casco tiembla con la fuerza de los truenos. Nos despertamos, cerramos escotillas, chequeamos la posición del mola, rezamos para que la tormenta se aleje con sus rayos a otra parte. Aunque como siempre, no hay mal que por bien no venga y si la lluvia se instala, nosotros nos refugiamos en un libro…. En España apenas sacamos tiempo para este placer pero aquí…empieza la vorágine lectora!! 

A diferencia del año pasado,  que a Lúa  costo bastante acostumbrarse de nuevo a las gafas y el snorkel, esta vez , parece que nunca dejó el agua: no quiere salir, quiere bucear con las gafas y el snorkel, tirarse bombas, ir a lo profundo, se acuerda de los nombres de los peces, del coral de fuego…….el periodo de adaptación ha sido igual a cero, fluye como el agua, ay como el agua! este año tiene el pie suficientemente grande para que por fin  hayamos encontrado aletas de su número…, y aletea como un pececillo,  parece un apéndice más de su cuerpecito marinero.….ella misma se dice: lo hago así de bien porque os he visto mil veces a vosotros. Nosotros babeando, claro.

Se hace raro ver tan poca gente en San Blas, pero es mayor la sensación de islas desiertas y paradisiacas, de robinsones! Para nosotros, medio ermitaños a veces,  no está nada mal,  sin embargo Lúa aunque está feliz, a veces echa de menos a sus amiguitas del año pasado y a las del cole. Afortunadamente de los pocos barcos que hemos visto por aquí, son varios los que llevan un montón de pequeñines greñudos rubios a bordo, y Lúa ya ha hecho amigos.

 Así que en esas estamos, recuperando la calma,  aguantando la lluvia que aún nos toca y esperando que en breve deje paso a los alisios.